El regreso de Arlequín 

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La figura de Arlequín como emblema de la carcajada indecorosa.

Arlequín

De todos los personajes de la comedia italiana, Arlequín es el más individual y enigmático. Por mucho tiempo, estudiarlo a través de la plástica fue un ejercicio de formación estética en las academias de arte.

Las autoridades en la materia sostienen que detrás de esa máscara que recuerda a un mono, a un gato y a un sátiro se esconde Mercurio, el diosecillo del crepúsculo, del viento y patrono de comerciantes y alcahuetes. Otros arguyen que es más bien Proteo, ora delicado, ora ofensivo, cómico y melancólico.

Durante una etapa de su vida como creador, Pablo Picasso lo enarboló como su tótem. Muchos hablan de su etapa azul, rosa  o cubista, pero ¿qué hay de su episodio Arlequín? El español Juan Gris también meditó a su manera sobre lo que este payaso significa.

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Personaje geminiano

A las efigies de este personaje convienen materiales elásticos y flexibles como la goma, pues es compatible con su espíritu cómicamente feroz y sutil. Arlequín es el primer poeta de la acrobacia, las reflexiones que lindan con la broma y los sonidos grotescos e indecorosos.

En pintura, escultura, en representaciones teatrales, en performances o en el espíritu (o temperamento) de otras artes y espectáculos carnavalescos comparece como una respuesta irreverente, ferozmente sarcástica a los patrones de belleza establecidos por los poderes en turno.

A mí me salió al paso, acompañado de Colombina y Pierrot, una noche otoñal de octubre del 2010, a la vuelta de una esquina del Centro de Guadalajara. Fue en una representación callejera de La llave y la cerradura, sicalíptica adaptación teatral de una obra de Dario Fo. Desde entonces, eventualmente me figuro que Arlequín fue creado por los dioses en un momento de alborozo y malicia.

 

 

Juan Carlos Cruz │

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