El jardín del loco amor

Art Contemporáneo, te comparte El jardín del loco amor, cuento semi policial inédito de Juan Carlos Cruz que une el tema del amor y el de los árboles humanizados, presente en autores como Virgilio, Dante y Ariosto.

 

 

 

El jardín del loco amor

Luego de probar los digestivos en el restaurante japonés más lujoso de la ciudad, ella al mismo tiempo que colocó la mano en la pierna del exgober le preguntó en voz baja, para que los bobos de las demás mesas no escucharan “¿de aquí a dónde, tu casa o la mía?”

La casa de ella tenía un encanto particular, estaba diseñada con gusto y en su laberíntico jardín había una simétrica y frondosa arboleda, fuentes cantarinas, esculturas de divinidades clásicas, plantas exóticas, discretas lámparas, bancas que invitaban a la charla y fragantes flores de insólitos colores que al exgobernador le sugerían vida exuberante y le comunicaban un mensaje de vitalismo.

Aunque todos los encantos que ella le ofrecía podrían ser prohibidos, a esa hora de la noche la canícula de la temporada daba una tregua y ya nada más importaba.

Ella le comentaba que cada ejemplar de los árboles, arbustos y flores de su jardín tenían un nombre, un apellido e incluso una historia. Cuando el exgober la conoció quedó fascinado con sus manías, pero esta vez, rodeado del jardín del loco amor, lo inquietaba; finalmente con ella no sabía dónde pisaba, ni cuál era el móvil de sus evoluciones.

—¡Cómo es eso!, ¿cuál es la historia y el nombre de éste, por ejemplo? —apuntó el exgober a un sauce llorón.

—Verás —ella moduló el volumen y el ritmo de su voz hasta convertirla en la melodía de una sirena—, no sé por dónde comenzar, no tiene tanto que ver con uno de ellos en particular como conmigo. Mira, no sé por qué, pero, mi deseo, mi apetito, es decir, mis antojos son como… ¡como los de una planta carnívora!… a veces, aunque una parte de mí no quiera, la otra necesita bichos para tragárselos, muchos bichos para engullirlos. Y lo malo es que entre más me reprimo más crece esta sensación, pero bueno, supongo que es un deseo de expansión o algo así, es normal a mis veintiséis años, me han dicho —dijo histriónicamente, con una sonrisa ladeada y una mirada de traviesa, estudiando la reacción de su oyente.

—…¡¿?!

—Lo peor es que de un tiempo acá, más o menos como a los dos meses de salir con alguien, cuando comienzan a saber cómo soy en verdad, y a asustarse, me da por conocer otras formas de ser, otras fuentes de energía alterna (por decirlo así), aunque, como se dice, ame a quien está a mi lado, no sé qué pasa, quiero más, ¿será porque me persigue la idea de que mi vida será fugaz, bella y profunda que hago todo esto?

Aunque Pamela V. prolongaba la respuesta a la pregunta planteada,  el exgobernador escuchaba estático con la sensación de petrificarse y cierta fascinación, como si estuviera no en una cita clandestina con su querida en turno sino en una farsa, pero le divertía el asunto, era esclavo de los encantos de Pam (la esposa del exgober vivía en el sueño de opio del consumo, la ostentación y el poder, y lo aburría con sus delirios).

—Bueno, luego de que corto la relación en turno, para entonces yo ya tengo al sustituto idóneo y, uff, siempre la misma, el orgullo del anterior se lastima y enseguida quieren irle con el chisme a don Max, como si él fuera mi padre o mi dueño o algo así. Comienzan a insultar, a amenazarme algunos, a seguirme, otros lloran, algunos hasta a las cachetadas han llegado, ay no, simplemente no pueden dejar fluir las cosas a un ritmo natural, no ven a los astros, a los planetas, a la marea del mar que nos rodean, coinciden y luego se separan solo para después otra vez volverse a unir.

Definitivamente lo que tiene de sabrosa lo tiene de loca, ja, qué diversión, veamos hasta dónde llega con este drama, bueno, ya sé dónde terminará esto, ja, lo bueno es que aquella otra anda de compras en Los Ángeles, pensó el ex gobernador mientras seguía el juego.

—Así que cuando comienzan a fastidiar los invito a tener una última noche de amor; la verdad es que yo en realidad soy un ser creado en un laboratorio, don Max no es mi papá, sino quien me inventó al conjuro de ciertas palabras y con la combinación de ciertos elementos de la naturaleza —añadió con su sonrisita maquiavélica, encantadora respecto a él—. Ellos, una lista de ellos, algunos muy guapos sin duda, otros no tanto, pero a todos en ese momento se les lee el síndrome de abstinencia en la frente y casi piden a grito que se consume esa “última” noche de loco amor. Cuando esta llega se entregan con el ardor y la intensidad que a mí me gusta, casi al extremo de querer comerme.

El ex gobernador tragó saliva y le pidió a Pamela invitarle un trago y un poco de una sustancia estimulante que no viene al caso mencionar.

—Para cuando están dispuestos a ir a chismear que, por usar una expresión suya, soy una chica de cascos ligeros, el efecto de la sabia que ellos han probado en mí, comienza su efecto: sienten en la lengua un sabor a tinta, enseguida una rigidez, luego terror, quieren huir pero de inmediato quedan clavados en su sitio, convertidos en árboles, o en flores, depende de su verdadera naturaleza, y cómo tú sabes, nada más silencioso, discreto, bello y sabio que un árbol o un ramo de flores, y aquí los tienes, su sombra será el único testigo mudo que nos verá. Esa es la historia de este sauce llorón.

Una ráfaga de aire agitó suavemente a los árboles que los rodeaban mientras las ramas hacían un claro sonido como de agua en un arroyo.

El que era gobernador de la ciudad soltó una carcajada no de alegría o de burla, o sí, quién sabe, pero lo que sí es que estaba nervioso, el síndrome de abstinencia comenzaba a leerse en su frente.

Pamela V. antes de ejecutar su plan, tomó una ducha en el cuarto de baño que se mandó fabricar en uno de los rincones de la casa, en realidad un jardín con vivero privado.

Lo consideraba de buena suerte, y además en un día de intenso calor como ese, constantemente tenía que refrescarse, y qué mejor que en ese espacio que se había mandado construir con el dinero del viejo Max, ¿su papá, su amante, su inventor?

Y vaya que se esmeraba en el cuidado de su persona, ella misma en el laboratorio de su casa, con los activos cultivados en su jardín y vivero elaboraba, entre otras cosas, los champús, jabones, cremas, talcos, perfumes y las dentífricas que utilizaba.

Luego se condujo a una habitación de la casa que fungía como vestidor a seleccionar las prendas que utilizaría (poseía tanto espacio que para cada actividad que hacía prácticamente tenía un cuarto).

Frente al espejo se aplicó una pequeña porción de Quintaescencia de Venus —un perfume de su invención— en cuello, detrás de la oreja izquierda, en la aréola de su pezón derecho, en una esquina del clítoris, en un pliegue del ano, en la parte baja del dedo gordo del pie derecho, en la esquina del labio superior, en la entrepierna y en el “corazoncillo” que se le formaba en el coxis.

La ocasión y el lugar lo ameritaban: se colocó un vestido verde oscuro con escote en la espalda, pulseras orientales, anillos y unas elegantes sandalias negras de tacón mediano que enfatizaban la lozanía de sus pies, tobillos y rodillas.

Depende desde dónde se viera, pero en lo que respectaba al entonces gobernador, la esencia y la presencia de Pamela era enloquecedora.

 

Antes de que desapareciera tenía el puesto de gobernador de la ciudad, y fuera de lo que le decían sus asesores que era lo correcto y conveniente decir, pensar y hacer, genuinamente lo que a él le gustaba en el mundo, su real vocación, eran los viajes a Montecarlo, Cannes, Las Vegas y otros placeres mundanos por el estilo. Vale decir que era ludópata, si se quiere usar la terminología chapucera de los psicólogos.

Su pasión por estos adquirió un nuevo nivel cuando ella se presentó a su despacho de Palacio de Gobierno con la propuesta de volver esta ciudad un lugar con más clorofila.

—Quiero hacer que mi estado sea un gran jardín urbano —dijo con cierto encanto la muchachona al momento que extendía sobre la mesa de trabajo una carpeta negra, con detallados informes de su plan para conseguirlo.

En lo que a él respectaba era impresionante: uno de esos eventuales —cada vez más eventuales— especímenes cuya persona le insinuaba que el sexo es una fuerza misteriosa a un tiempo destructora y creadora, y que una deidad cuasi olvidada pero latente está ahí, etérea o encarnada, dispuesta a sembrar el caos y divertirse a nuestras expensas.

Realmente lo sumió en una inquietud entusiasta, que lo hizo ver —momentáneamente— el lado positivo a todo, sin importar que la entidad estuviera casi al borde de una guerra civil.

Pamela V. le insinuaba el capullo de una rosa roja en flor, un corazoncillo, un perfume, un jardín secreto lleno de refinados y ocultos placeres, alguien afín que como él padecía de una pasión incorregible por los juegos.

Con esto que ella era tuvo a priori el favor del exgober, a posteriori él gestionó presupuesto de la federación para que su proyecto de volver a su Perla de Occidente una ciudad verde (aunque cierto sector comerciante chillara por aquello de que los árboles les quitaban visibilidad a sus negocios y diera cobijo a los ladrones, cada vez más números por aquí).

 

Conviviendo con ella descubrió que Pamela V. no le tenía afecto o respeto a su anciano padre, creador o amante, sino una sumisión enfermiza. Pero esto se le hizo todavía más patente una noche en la que ella lo invitó a su casa (en realidad un Edén particular).

Mientras se regodeaban en consumir ciertas sustancias que no viene al caso mencionar su nombre, y luego de una de las cópulas más intensas de las que tenían memoria, su padre, o lo que sea, es decir el viejo Max, llegó a mitad de la noche pretextando que una de sus giras de trabajo se había cancelado inesperadamente.

Pamela tuvo que esconder al exgober detrás de unos espesos arbustos de los cuales ella sabía historia, nombre científico y apelativo vulgar.

Detrás de estos arbolillos —que entonces no sabía por qué lo inquietaban tanto— notó que frente al viejo se transformaba radicalmente en otra persona —¡cuántas personas hay en uno!—, casi como en una niña que reverencia a su padre, o como una aduladora en busca de los privilegios que mendiga el amo.

A esas horas de la noche el señor Maximiliano desentonaba hablando del trabajo duro, de Dios, del bien, de la continencia, de la pureza, contra el capitalismo, de la decadencia de Occidente y del mal con un dogmatismo que recordaba a esos fanáticos que alguna vez mandaron a la hoguera a las sospechosas de nigromancia y adulterio.

Afortunadamente esa noche don Max padecía el efecto de un extraño virus que le impedía oler el mundo y por ende detectar la presencia del intruso mancillando su sagrada posesión, su hija —¿lo sería?—. De haberlo hecho lo hubiera mandado capturar, golpear, capar y desaparecer.

El exgober aprovechó cuando el viejo Max hizo mutis para salir de la sombra de los arbustos, árboles y flores en la que recién jugaban Pamela y él. Se extrañó de verdad de que al entrar el viejo zorro no hubiera reparado en la presuntuosa camioneta que él solía manejar, estacionada en la fachada de la finca, y aún más de por qué el anciano le dio un beso en la boca a Pamela, de por qué ella lo dejaba hacer.

 

Antes de conocer a Pamela solía organizar fiestas en hoteles o en alguna de sus casas de campo o viajar a Las Vegas y a Montecarlo a jugar blackjack y a inhalar sustancias que no viene al caso decir cuáles.

Su nombre no importa, basta con decir que era el arquetipo de playboy y de calavera de por estos lares (acaso de todos). Estando en esas latitudes por lo menos tenía la impresión de que era más libre, que estaba mucho más emancipado del qué dirán.

Era casado, sí, pero los allegados sabían que su matrimonio era una impostura para vender una imagen de hombre de compromisos y páter familias, cuando en realidad a priori había acuerdos tácitos con otros clanes políticos acerca de direcciones, mandos, partidas ocultas, etcétera.

Lo de casi siempre.

Por eso su señora no chillaba.

Fue en Montecarlo… no, no, en Las Vegas, ¿en el casino de los Leones Gemelos?, bah lo mismo da… la lente de uno de mis sabuesos lo captó inhalando una metanfetamina muy común en los de su clase, de francachelas con la conductora de uno de los noticiarios matutinos de televisión abierta, la que misteriosamente subió de la sección del clima a ser titular en un par de meses, quien también le gustaba vender una imagen de rectitud moral y conducta intachable, y de quien tampoco viene al caso mencionar el nombre.

Antes de que él desapareciera y la ciudad se perdiera en un caos civil con clorofila los vi allá a los dos, jugando, estimulándose excesivamente y viviendo una gran relación adúltera pensando que lo que allí sucedía allá se quedaba. Qué equivocados estaban.

 

©Juan Carlos Cruz

 

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